lunes, 4 de agosto de 2014

42: Bonjour

Erick estaba absorto en sus pensamientos, dándole vueltas a lo que el arrendajo había estado confesándole sobre los trolls de los caminos. Incapaz de darse cuenta de que estaba a punto de estrellarse con un colosal hombre que le cerraba el paso en la acera. Cuando reaccionó, su rostro estaba a unos cinco centímetros del hombro del enorme sujeto. Se retiró un poco y se disculpó a media voz. El hombre no respondió, pero su acompañante, una mujer de ropa costosa y rostro infantil, se adelantó para comenzar a hablar con tono relajado:

-Buen niño. ¿Estás perdido?

-Yo... -Erick dudó, recordando la infinidad de veces que le habían mencionado que era peligroso hablar con extraños.

-Le comió la lengua el gato -se mofó el enorme hombre, que tenía una voz mucho menos atemorizante de lo que parecía. 

-Sé educado -reprendió la bruja con un leve manotazo. -Dime, Erick ¿sabes a dónde te diriges?

En cuanto la mujer dijo el nombre del chico, los bolsillos de la chaqueta de Erick se agitaron con desesperación. El arrendajo se liberó un segundo después de las manos del chico y apareció revoloteando alrededor de la mujer, tirando picotazos aquí y allá. La bruja, porque Erick descubrió de inmediato que lo era, sólo chasqueó los dedos y el ave salió disparada en dirección contraria a ella, llevada por una brisa ruda. 

-Más cuidado, avechucho -advirtió la bruja. 

-¿Quién eres tú? -exigió saber el arrendajo. 

-Me sorprende que seas tú el principal doble agente en este asunto y no tengas idea de con quién estás tratando -se mofó la bruja, levantando un dedo y guiñándole el ojo. -¿Pero cómo ibas a saber que estabas frente a la maravillosa...

-Eres...

-...simpática...

-No, tú deberías estar atrapada en...

-...inteligente...

-Ella te desterró a...

-...siempre a la moda...

-¡Alto los dos! -ordenó el hombre que acompañaba a la bruja, perdiendo los estribos. -¿Harán favor de decir de qué rayos están hablando?

-Marcia Deveaux -respondieron la bruja y el ave al unísono. -La Dama de la Niebla. 

Los Días Perdidos: Situaciones Incómodas.


ALDO

DÍA 9 (DÍA 624)



Quizás la breve incursión al bar había hecho un embrollo en mí, pero eso no era nada comparado con lo que me esperaba:

-¿Que lo llamaste? -preguntó Ángela, con los ojos como platos.

-No pude evitarlo, sentí que debía...

-¿Que debías? -interrumpió Donovan, mirándome con una mueca de confusión.

-Déjalo terminar -reprendió Ángela. -¿Qué fue lo que sucedió?

-El fin de semana resultó un poco confuso para mí y, entre tantas cosas en mi cabeza, la idea de haberlo dejado sin despedirme fue... -dudé antes de seguir, convencido de lo miserable que sonaba la mera idea de mantenerme detrás de un rastro que no llevaba a ningún sitio.

-Entiendo -me tranquilizó Ángela, mirándome el rostro confundido. -A veces es duro abandonar las cosas así como así. 

-¿Como tú lo hiciste? -pregunté automáticamente, sin pensar realmente en lo mordaz que sonaba aquello.

El silencio me respondió fríamente. 

-Yo, errr, no quería... -me intenté disculpar cuando entendí lo que acababa de hacer.

-No, déjalo así -me detuvo Ángela, saliendo de la habitación sin mirarme. 

-Rudo -dijo Donovan sin levantar la mirada.

-Yo no quería...

-Pero lo hiciste -me interrumpió. 

Salió también de la habitación y me quedé en silencio, rodeado por todo y de igual forma sintiéndome en medio de la nada. Solo e incomprendido. Justo como debía sentirse Ángela cuando sucedían cosas como aquella.

De Cristal

Escucho el golpeteo a lo lejos, amplificado por el vacío, mientras me concentro en volver a mi sueño profundo para olvidar que estoy cautivo. El aire es frío y todo despide un aroma a humedad, como si estuviera dentro de una caverna. El único calor del que soy consciente es el que mi cuerpo emana, esas ondas de calor que han ido acrecentándose desde hace unos días y hacen que permanezca despierto por más tiempo, empeorando mi desesperación ante el reducido espacio en el que estoy obligado a existir desde que tengo memoria.

Siento cómo mi estómago se retuerce, como se engrosan mis extremidades y mi espina dorsal se encorva para amoldarse al espacio reducido. También hay un extraño picor en mis omóplatos que no logro catalogar. Me frustra ser incapaz de moverme para encontrar la razón de la insoportable comezón y los movimientos involuntarios que siento junto a cada onda de calor, como si estuviesen relacionadas de alguna forma. Comienzo a temer que perderé la cordura si este cúmulo de sensaciones no cede pronto. Presiento que un día lanzaré un grito agudo y me estallará la cabeza de frustración sin poder detener el ardor de mi espalda o el calor agolpándose en mi pecho.

De pronto, he comenzado a ser capaz de rozar la fría superficie que me rodea con los dedos, o con las uñas más bien, arrancando de la fricción cacofonías desagradables pero que logran calmarme de cierta forma, siendo lo único en mi estado que puedo controlar a mi voluntad. Cuando el picor en mi espalda es peor, me centro en hundir las uñas en mi frío alrededor hasta que los dedos me duelen por el esfuerzo, dejándome exhausto y listo para volver a dormir.

Las ondas de calor se vuelven más uniformes cada vez y ahora voy notando su ritmo recorriéndome la piel de forma expansiva surgiendo desde el centro de mi pecho. El ardor en mis omóplatos ha cedido y se ha convertido en una serie de movimientos involuntarios que me mueven los hombros y la base de la columna con espasmos rítmicos, mis garras han hecho zanjas tan profundas en la superficie que me rodea que ahora puedo recorrerlas con los dedos para pasar el tiempo, puedo dejarlos descansar ahí si lo deseo.

Mi espalda está mucho más curva y ahora mi cabeza toca un extremo de mi celda, pero ahora comienzo a entender que soy yo quien crece y no es mi prisión la que se va cerrando encima de mí.

El golpeteo del exterior se hace más y más fuerte, haciéndome perder la paciencia y obligándome a clavar sin tregua las garras sobre la celda, orillándome a lanzar gritos de frustración. He comenzado a estrellar el cráneo contra el material que me aprisiona, que, según comienzo a distinguir, es una gruesa capa de cristal grisáceo como las nubes de lluvia. El ardor en mi espalda ha desaparecido por completo y ahora los movimientos de mis omóplatos los provoco yo a placer, siento como algo roza mi espalda, algo frío, pero no logro distinguir la sensación del todo porque está en un sitio distinto a cualquier otro que antes hubiese sentido.

Se me ocurrió algo descabellado mientras efectuaba movimientos con los omóplatos para  ahogar mi frustración por el espacio cada vez reducido de mi celda: En la espalda debían haberme crecido un par de brazos más, brazos torpes sin sensibilidad o habilidad motriz fina. Estiré un par de veces más lo que fuera que me surgía de la espalda y un corto roce sonó como la tela al arrastrarse sobre la piedra, como si me surgiera una capa de viaje gruesa y pesada de la espalda. Mis garras están clavadas en el cristal de forma permanente, adoloridas por la frialdad de la superficie pero sin moverse un centímetro para permitir que siga ahogando mi frustración en ellas.

El cristal soltó un crujido de pronto, como lo hacen las ramas de los árboles cuando el viento los mece y algunas cortezas son frágiles. Apreté más las garras contra mi asfixiante prisión y el crujido elevó de volumen. Una sensación fresca y cálida me toca las puntas de los dedos, que parecen lejos de mi cuerpo, como si hubiesen podido abrirse paso hasta el otro lado de la prisión. Las pesadas extremidades que surgen de mi espalda se oprimen contra el cristal y siento cómo se doblan con incomodidad, haciéndome sentir dolor de espalda también.

Lo que me surge del medio de la espalda es un par de alas. Por un momento, mientras me movía con frustración dentro de la prisión de cristal, atisbé el reflejo de mi propia figura de espaldas y tengo un par de majestuosas alas que se extienden tan largo soy yo, doblándose en la parte inferior por el espacio del cristal. Aletear ahora tiene un significado totalmente nuevo y mi encarcelamiento comienza a ser tan poco probable que doy vueltas al asunto por si acaso vi mal el reflejo en el cristal. Mi espalda ya no aguanta seguir en la posición torcida en que me mantengo: Los huesos me duelen todo el tiempo y mi cuello se está torciendo sin detenerse.

El cristal cruje una vez más, mis alas se sienten cada vez más contraídas y mi espalda está a punto de ceder.

No son mis manos, sino mis alas, las que empujan mi prisión lejos de mí cuando pierdo la paciencia, haciéndome daño mientras intento abrir las alas por completo, pero alentado por el crujido lastimero que emite el cristal con cada esfuerzo. La sensación de calor que surge de mi pecho se incrementa de pronto, llenándome cada músculo de calor y energía, haciéndome sentir ebrio de posibilidades y deseos. Mis alas se estiran más cada vez, hasta que cedo por un par de horas dado el dolor de espalda. Mis garras sienten el aire libre fuera del cristal y eso me mantiene cuerdo, centrado en mi objetivo: El exterior.

Con un grito, estiro una última vez las alas antes de que el cristal ceda ante ellas y se haga añicos, bañándome con un sinfín de pequeños trozos disformes y brillantes de lo que alguna vez me aprisionó.

La luz me ciega, mis alas se retraen por un segundo y, cuando vuelvo a abrir los ojos, las extiendo tan grandes como son para alzar el vuelo sin mirar atrás. El aire alborotándome el cabello, rozándome el cuerpo, pasando entre mis alas, me hace sentir extático, vivo por un momento después de haber estado preso por tanto tiempo. A lo lejos escucho algunas voces y risas, perdiéndose entre las nubes, surgiendo de vez en vez como siluetas similares a la mía, que vuelan gustosas mientras celebran el gozo inmenso que causa vivir en el exterior, que cantan lo bueno que es estar vivas y susurran plácidamente que estaban destinadas a ser libres.


Es cuando estoy más cerca del cielo que del suelo, encantado por aquella nueva vida, que me atrevo a aceptar que mi celda no era otra cosa que el cascarón que me vio surgir al mundo. 


lunes, 28 de julio de 2014

41: Mala Suerte.

Me dejé llevar por la sensación hipnótica, casi mágica, que me embargaba cuando la melodía de la caja de música llegaba hasta mis oídos. Desde el momento en que me había hecho con el pequeño artefacto, no hacía nada más que darle cuerda una y otra vez, rindiéndome ante su metálica secuencia de notas.

¿Había algo más que música, engranes y muelles en aquel curioso regalo?

"Tal vez" respondía a veces una voz misteriosa desde la nada.

"O tal vez no" replicaba otra voz. 

Por momentos pensaba que estaba volviéndome loca, que algo comenzaba a ir muy mal dentro de mi cabeza, pero al mismo tiempo me parecía mentira que algo tan bello como la música de aquella pequeña pieza de artesanía pudiera ser ordinaria. Pasaba días enteros intentando descifrar la naturaleza de aquellas notas o la verdadera intención del regalo, pero siempre terminaba abandonándolo por frustración, después de una o dos rondas de cuestionamientos intrincados que no obtenían respuesta ni abrían el camino a otras posibilidades. La caja de música era un misterio y parecía desear permanecer así.

"O quizás necesitas ir más profundo para descifrarlo" observó la primera de las voces que me hablaba cuando llevaba horas frente al artilugio. 

Pasaron varias semanas antes de que comprendiera lo que la voz quería decir, cuando la pequeña máquina se me resbaló por los dedos y se hizo pedazos en el suelo de mi habitación. Estaba hundida en mi pesar por haber perdido mi pequeño tesoro cuando, entre las piezas, encontré una pequeña llave dorada, de cuerpo delgado y una moldura que asemejaba a un cerdo con cuernos de cabra que medía menos que mi dedo meñique.

Y estaba segura de que sabía a dónde pertenecía la pequeña llave: Aquel gabinete del desván, el de los adornos con motivos de enredaderas, flores exóticas y serpientes, que llevaba más de lo que recordaba en aquella casa. El gabinete antiguo de Mamá Ruiseñor. 

lunes, 21 de julio de 2014

40: Punto de Encuentro

-Vamos, vamos -lo apresuró la Dama de la Niebla mientras corría entre los autos. -Si esa cosa nos alcanza vamos a tardar más de diez minutos en este embotellamiento.

-¿De qué me estás hablando? -preguntó el Jinn por enésima vez. 

-¡Un maldito Reflejo! -le respondió la bruja por fin. 

-¿Un qué?

-En serio, no sé qué les enseñan a ustedes, las criaturas místicas, en su niñez -se quejó ella. -¡No saben nada!

-Oye, nosotros no vamos por ahí liándonos con... -un cristal haciéndose añicos lo silenció de inmediato, mientras esquivaba la lluvia de fragmentos brillantes que casi lo alcanzaba un segundo antes. -¡Juro que acabo de ver a alguien en el espejo que acaba de hacerse mierda!

-Te lo dije. Ahora apresura el paso o deja de lloriquear -amenazó la bruja, lanzándose contra el tráfico de la avenida, esquivando autos y deteniendo algunos otros a centímetros de alcanzarla. 


A varios kilómetros de ahí, Mademoiselle Rossignol sonreía maliciosamente mientras miraba el reflejo de su majestuoso espejo mágico. Elevó la mano y el Reflejo comenzó a seguir sus indicaciones, pasándose de un retrovisor a otro, de un cristal de auto a las ruedas cromadas del siguiente, a pocos centímetros de alcanzar a la bruja de cabello castaño que iba de aquí a allá evitando reflejarse en lo que fuera. La bestia enorme que la seguía de cerca iba más lenta, pero no la perdía de vista. 

-Atrápala y róbale el rostro. Tráemelo y juntos lo haremos pedazos, como siempre deseé -ordenó Rossignol, emocionada. Y un segundo después, el Reflejo se encontró emulando la imagen de un perro flacucho y sucio. El espejo de la bruja se llenó de una fina neblina de inmediato. 

-No, no... -repitió Mademoiselle Rossignol, furiosa. -¡No puede ser! ¿Quien rayos se atrevió a...?

La voz desenfadada de un hombre resonó desde el espejo, como fuera que eso resultara posible:

-Buena suerte con tus trucos baratos, zorra Rossignol. 

-¡¿Tú?! -preguntó la mujer, sin dar crédito a sus oídos. -¡Pedazo de alimaña apestosa!

-Yo también te quiero, vieja bruja -se mofó la voz al otro lado. -Mucha suerte con tu búsqueda de una cara más linda. La de Marcia se queda donde está. 

Y la voz se apagó, disipando la niebla del espejo al mismo tiempo que el reflejo de la Dama de la Niebla no se encontraba por ningún lado. El Reflejo, hasta hacía unos segundos ávido por atrapar a sus víctimas, yacía en el fondo de uno de las defensas cromadas de un camión de carga, retorciéndose como si el cuerpo entero le ardiera en llamas. 

-¡Maldito seas! -vociferó dando con los puños sobre la mesa. 

Y en aquella atestada calle, el perro alcanzó por fin a la Dama de la Niebla.

-¿Tenemos prisa, Marcia querida? -le preguntó a la mujer.

-¡Tú! -se sorprendió la bruja, sonriéndole ampliamente mientras bajaba el ritmo de la marcha. -¿Tú te deshiciste de...?

-¿Te sorprende? -preguntó el can, mirando con atención al Jinn, que se incorporaba a ellos jadeando y dando zancadas temblorosas. -¿Y él?

-¡Corren como locos! -se quejó. 

-Él es mi pequeño amigo -los presentó la bruja, sin referirse a nadie en particular. 

-Un gusto -se respondieron los dos seres entre ellos. La bruja soltó una risita al ver que había logrado su cometido. 

-¿Y ahora? -preguntó el Jinn, irritado. 

-El zoológico está cerca, así que...

-Creo que primero deberás presentarte propiamente -la interrumpió el perro. 

-¿Con quién? -preguntó ella, extrañada. 

El perro no dijo una palabra más, pero señaló con el hocico hacia la acera más alejada, por donde iba caminando un chico bajito y enjuto cargando un ave de color celeste entre sus manos, con la que charlaba animosamente mientras caminaba sin mirar al frente. 

Los Días Perdidos: Luces, Alcohol y Rock n' Roll

ALDO

DÍA 7 (DÍA 622)

-A que está pijo ¿eh? -preguntó Gonzalo muy cerca de mi oído cuando la tercera banda de la noche subió al escenario. 

-Genial -reconocí. 

-Y no lo has visto todo -advirtió, tirándome del brazo por en medio de la multitud.

La cantidad de cervezas que había tomado en la hora anterior y el calor de los cuerpos que se movían al ritmo de la música me indujeron en un trance que me hacía bailar con ellos aunque no lo deseara, que me hacía parte de la multitud mientras me hechizaba el sondio de las guitarras eléctricas y cada golpe de la batería marcando el ritmo. No tenía idea de dónde estaba ni por qué había acabado ahí, pero, para variar, comenzaba a divertirme.

-¡Hora de saltar! -me anunció Gonzalo cuando el vocalista de la banda llamó al público entero. 

Saltamos rítimicamente y nos abrazamos unos a otros por los hombros, empujándonos con las caderas de un lado a otro, todos parte del mismo ritual arcaico de celebración prehistórica que bien podría ser parte de una cacería exitosa o la venida del tiempo de cosecha. La tribu del humano volvía a sus raíces cuando la música sonaba tan fuerte como aquella noche. Todos nos hacíamos animales, seres incivilizados llenos de energía y vida. 

En medio de los saltos, comencé a acercarme y alejarme de Gonzalo mientras la muchedumbre giraba alrededor del escenario, perdiéndolo de vista por algunos segundos para encontrarlo un instante después, saltando de cara a mí y sonriendo como niño pequeño. Al terminar los saltos me estrellé de lleno sobre su pecho, mareado y eufórico. Él me sonrió y volvió a moverse con la muchedumbre, llevándome del brazo hasta el linde del escenario, donde el vocalista agitaba su larga melena y gritaba a los asistentes. 

-¿Quieren Rock n' Roll? -preguntó el vocalista a gritos cuando por fin alcanzamos la tarima del escenario. 

La multitud gritó maniaca volviéndose a acercar al grupo, oprimiéndonos a todos contra la tarima. Rodeado de personas gritando y saltando, terminé pegado a Gonzalo, sintiendo su aliento sobre mi rostro y cada centímetro de su cuerpo, sudoroso y caliente, sobre el mío. Parecía que él no reparaba en ello, pero yo sentía como mis impulsos animales me exigían entregarme más aún a la deliciosa calidez de la multitud y los deslices que permitían el alcohol y la situación. Salí de la multitud a empujones y codazos tan rápido como pude. 

Al llegar fuera, mi sentimiento de culpa y el miedo eran abrumadores.

Noches de Minificciones: De Maldiciones, Malos Modos y Esperanza.

COSAS QUE NUNCA CAMBIAN:

Se pegó más a él y dejó que la calidez de su cuerpo la envolviera, como lo había hecho aquella noche invernal cuando escaparon de casa juntos. Los años pasaban y la sensación de seguridad que la tranquilizaba mientras estaba a su lado no cedía. Mientras caía adormilada, se le ocurrió que de eso, entre otras cosas, debía estar hecho el amor de verdad.

POR SIEMPRE, JAMÁS:

Con cuidado, se deslizó bajo las sábanas de su amada princesa y la estrechó con ganas mientras susurraba su nombre. 

Ella despertó y no pudo emitir un solo sonido, ni un suspiro, mientras sentía sobre su cuerpo las garras de aquella cosa que la amenazaba cada noche repitiendo su nombre, como si ese ser que la embrujara la conociera desde siempre. Era en esos momentos que más extrañaba a su padre a su lado, cuidándola mientras dormía. 

CALIFICACIÓN REPROBATORIA:

Gota a gota, la sangre de su cuerpo se iba escapando, llevándose consigo la vida que le quedaba mientras no podía hacer más que respirar con pesadez, esperando el final. Su captor la miró con odio y volvió a asestarle una patada en las costillas, haciéndola lanzar un quejido. 

-¿Quién reprobó su proyecto de Plan de Vida ahora, profesora Manríquez? -le preguntó con sorna. Lo reconoció al momento: El niño extraño y aislado que dijo alguna vez que de grande deseaba ser asesino serial. 

Sin duda alguna, aquella había sido una elección vocacional acertada para un niño de diez años. 

BESTIAS SIN INSTINTOS:

Se cerró el trato con un apretón de manos y sendos aplausos cordiales. Una vez más, en aquella oficina se celebraba el fin de la libertad y el bienestar de cientos de miles, pero se revestía todo con las más dulces palabras de aliento que instaban a la renovación y modernización d un estilo de vida que ya se había tornado añejo. 

Al fin y al cabo, la multitud enardecida celebraba el inicio de una nueva era. ¿A quién no le gustaba recibir juguetes nuevos y brillantes de vez en cuando?

ALÓ:

-¿Estás despierto?

-Acabas de despertarme, así que creo que sí.

-Te amo. 

-Y yo a ti, espero que no vuelvas a cortar la llamada justo des... ¡Joder, lo hiciste de nuevo!

POR FAVOR:

Encendió el automóvil y, cuando el motor rugió, su pequeña hija apareció por el retrovisor, intentando alcanzarlo. Aceleró y avanzó sobre el camino en medio de una humareda, dejándolo todo atrás. Si quería darle la mejor de las suertes, debía estar lejos de ella. 

ESPECIAL DEL DÍA:

Hay que pintar los ojos con los colores y los paisajes, llenar los oídos con la música y el trino de los pájaros, envolver la piel con el viento fresco y el calor del sol, colmar la nariz y la boca con comida y golosinas de sabor y aroma deliciosos. Así se alimenta el alma para mantenerla funcionando.